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Sida: 'Yo no soy el único malo'

07.12.2015 08:10
Sida: 'Yo no soy el único malo'
 

En entrevista virtual, este mal explica cómo actúa en el cuerpo y por qué lo tildan de aprovechado.

Un matón de patio de escuela y un aprovechado: así podría definirse el síndrome de inmunodeficiencia humana (sida), un asesino que desde su aparición oficial, a comienzos de los años 80 en San Francisco (Estados Unidos), ha acabado, con absoluta frialdad, con la vida de más de 25 millones de personas en todo el mundo; casi tantas como las caídas en la I Guerra Mundial.

El sida ya no es un adolescente, sino un mal en su tercera década de existencia reconocida, que literalmente ha hecho y deshecho. Aunque ahora ataca menos, sigue despertando mucho miedo. “Claro, ya no tanto como antes; a fuerza de conocerme, la ciencia ha ido inventando formas de evitar que yo salga a escena”, dice.

 
 

 

Y de inmediato se pone en guardia para volver a aclarar que él y el VIH no son lo mismo: “Estoy cansado de decirle a todo el mundo que si bien somos familiares, una cosa es el virus de inmunodeficiencia humana, que es un microorganismo, y otro soy yo, que soy una enfermedad. Mejor dicho, y para que me entiendan, somos causa y consecuencia, aunque no siempre vamos de la mano...”.

Antes de seguir, acláreme eso último...

A ver: las personas se pueden infectar con VIH, y, a diferencia de lo que ocurría hace unas décadas, hoy, con los debidos cuidados y tratamiento, este puede permanecer en sus cuerpos por mucho tiempo, controladito. Si ese es el caso, yo, que soy la enfermedad causada por ese virus, pues no me manifiesto, no abren la puerta para que yo entre a hacer estragos.

Ah, quiere decir que no todas las personas con VIH acaban padeciéndolo a usted, al sida...

Exacto, y sepa que ya no es raro encontrar gente que vive mucho tiempo con VIH, gracias a los tratamientos. Bueno: aunque no me lo crea, le cuento –porque yo leo mucho de mí mismo– que hay un porcentaje muy pequeño de personas que tienen VIH pero nunca desarrollan la enfermedad, a pesar de no usar tratamientos. Insisto: son poquitos casos...

Lo veo como muy fresco, a pesar de que usted es un asesino...

Bájele al tonito. Para que lo sepa, aunque a mí me carguen los muertos, no soy el único responsable. Yo solo finiquito una tarea lenta, silenciosa y destructiva que el tal VIH cumple con juicio, si no lo ataja nadie...

Ah, ahora el VIH es el malo...

Digamos que el cuerpo humano es generoso, y aun cuando no reciba tratamiento para detener el virus, él lucha con todas sus fuerzas contra él. Es capaz de mantenerlo a raya durante años, hasta que se agota. Y es ahí cuando el sistema de defensas va cediendo un terreno que el VIH aprovecha para reproducirse con rapidez. Todos los órganos quedan expuestos y frágiles, cosa que muchos infectados ignoran, por la falta de síntomas. ¡Y nótese que ahí todavía no he aparecido! ¿Pregunta quién es el malo? Pues no soy solo yo...

Pero a esas alturas usted prácticamente ya está instalado...

Se equivoca, porque si antes de que yo aparezca y me manifieste con algún síntoma, la persona recibe tratamiento, tiene muchas posibilidades de mantenerse saludable y con buena calidad de vida. Si yo fuera un matón, eso me tendría sin cuidado. Pero fíjese que siempre doy gabela...

¿De qué síntomas habla?

Pues cuando entro generalmente me encuentro con el mismo panorama lastimoso, el de un organismo desprotegido, vulnerable y sin cinco de fuerzas para defenderse. Doy mis primeros pasos como enfermedad y empiezo a manifestarme leve e inespecíficamente.

¿Qué quiere decir?

Puedo empezar, por ejemplo, con salpullido en la piel, fatiga, leve pérdida de peso, sudoración nocturna, ganglios inflamados, malestares... Es raro, pero la gente tiende a no pararles bolas a estos síntomas, y está demostrado que debería, ¿no?

¿En qué punto se pone más agresivo?

El sistema inmunológico sigue dañándose y yo, por supuesto, actuando, con diarreas sin motivo aparente, fiebres e infecciones bacterianas (le abro la puerta al bacilo de la tuberculosis, por ejemplo); aquí ya puedo decir que estoy instalado en algunas personas, que antes solo tenían el VIH.

No me diga que hay un peor cuadro que este...

Pero claro: hay una fase, la cuatro, que para algunos ya es la última, en la que, ya dueño del terreno, saco toda mi parafernalia. El organismo a estas alturas es como una casa sin puertas, desordenada, sin control, donde cualquiera entra y arma desastres. Entre esos invitados tengo a las infecciones oportunistas, que en una persona con sida son graves, como el toxoplasma, la tuberculosis, los hongos; y unos virus de mala calaña. ¡Esos sí son unos matones!

Explíqueme cuál es su relación con el cáncer.

Solo diré que en semejante estado todos estos factores se confabulan para favorecer también el desarrollo de tumores. Entre los más comunes en estos casos están el sarcoma Kaposi, algunos linfomas y el cáncer de cuello uterino, solo para mencionarle algunos... Si a eso le suma también la aparición de algunas demencias, pues lo que usted tiene es un estado de salud lamentable y el desenlace ni lo digo.

¿A estas alturas hay reversa?

Cuando yo, sida, me instalo, es porque las posibilidades son menores. Entienda: hoy los tratamientos médicos pueden atacar una enfermedad y otra que aparezca, pero otras aparecerán y en tiempo variable. Esa es la realidad.
Usted no da chance de nada.

Eso no es verdad. Lo reto a que me traiga aquí a un adulto o a un adolescente que no sepa cómo prevenir la infección con VIH, que es por donde empieza todo.

¿Quiere decir algo más?

Que nada es para siempre; hasta yo, según Onusida, puedo desaparecer en unas décadas, gracias a que la ciencia médica y la salud pública hacen de todo por trancar la circulación del VIH. Ahora: si la gente quiere que sea antes, pues que se ponga las pilas, que use condón, que sea sexualmente responsable, que vigile las transfusiones de sangre y que se chequee de vez en cuando. ¿Mucho pedir? A mí no me parece...

 

 

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